Superanfitriones destacados: llenar de vida una vivienda tras la pérdida de un ser querido
La vida de la Superhost Marianne cambió de repente cuando su marido falleció y se encontró sola en la casa artesanal que habían reformado juntos. Para salir adelante, puso en marcha su propio negocio y abrió su alojamiento de California a los huéspedes de todo el mundo. Nos cuenta con sus propias palabras cómo convertirse en anfitriona dio nuevo sentido a su vida y qué significa para ella ser empresaria:
Había algo positivo en llenar la casa de vida, en que volviera a haber personas en ella.
Cuando perdí a Mike, me quedó una gran sensación de vacío, de ausencia. Entró en quirófano en mayo de 2017 para someterse a lo que supuestamente era una intervención habitual, pero hubo complicaciones y no la superó. Cuatro días antes, acabábamos de celebrar 26 años juntos.
Mi hija vino a vivir conmigo para hacerme compañía, pero un año después se marchó y, de repente, me encontré sola en casa.
No recuerdo un motivo o hecho específico que me hiciera empezar a hospedar. Simplemente me rondaba la cabeza. Y luego, en septiembre de 2017, fui a visitar a unos amigos a Oregón y me alojé con Airbnb. El anfitrión era un tipo encantador y le conté lo que me había pasado. Entonces empecé a darme cuenta de que ser anfitriona podría ser realmente una buena opción para mí.
Al fallecer mi marido, también dejaron de pagar su pensión y mis ingresos se redujeron drásticamente. Trabajo por cuenta propia como profesora, escritora y paisajista. No estaba en un lugar donde pudiera concentrarme.
En mi imaginación, Airbnb era una forma de ganar dinero fácil, pero hay que trabajar duro. Y siendo viuda, sin duda me preocupaba la seguridad. Puse cerraduras en las habitaciones de los huéspedes y la mía, pero creo que solo he cerrado la puerta una vez que alojé a un hombre que volvía siempre a altas horas de la madrugada. Un amigo mío que también es anfitrión me sugirió que redactara la descripción de mi alojamiento para atraer al tipo de gente que quiero recibir, y por el momento parece que ha funcionado. Tal vez sea una ingenuidad, pero estoy convencida de que, en su mayor parte, la mayoría de los huéspedes son buena gente.
Hospedar se convirtió en una forma de ser un poco menos ermitaña. Era una razón para mantener la casa arreglada, un motivo para poner buena cara. Hay que cuidarse un poco. Todo eran puntos a favor.
Me acuerdo de Mike cada vez que viene alguien. Es triste y reconfortante a la vez.
A él le encantaba trabajar en esta casa. Era carpintero. Cuando compramos la casa en 1995, necesitaba una reforma integral y él la convirtió en un hermoso hogar. En cierto modo, siento su espíritu y su energía cuando la gente entra en casa, observa la carpintería y exclama: «¡Caramba!».
Estoy muy orgullosa. Me enorgullezco por los dos. Es precioso poder compartirlo.
Al principio, les decía a los huéspedes que acababa de perder a mi marido nada más llegaban. Luego, poco a poco, fue dejando de ser lo primero que les contaba.
Tuve una suerte increíble con mis primeros huéspedes. Como vivo en Santa Mónica, querían ir a la playa, al muelle y a Venice, así que no los veía mucho que digamos. En esos momentos todavía necesitaba mucho espacio y tranquilidad, así que fue perfecto.
De vez en cuando, hablábamos mientras tomábamos una taza de café o nos sentábamos en el columpio del porche con una copa de vino a disfrutar de la brisa del océano. Algunos de los huéspedes eran gente encantadora con la que hablar. Para mí, me sirvieron de recordatorio de que la vida continúa, aunque suene a tópico.
Una de mis huéspedes fue una mujer joven. No le había mencionado que Mike había fallecido, pero es posible que le viera en las fotos. Me dijo que había perdido a su novio unos meses antes en un accidente. Así que tuve la excelente oportunidad de abrirle no solo la casa, sino también un espacio en el que poder hablar de su pérdida con alguien que la entendiera. Y yo pude abrirme con ella y hablarle de Mike. Tuvimos un punto en común, una sincronicidad increíble. Nos hemos enviado mensajes varias veces. No sé si regresará, pero por un momento fuimos un apoyo la una para la otra.
Como anfitriones compartimos un espacio, pero a veces se comparte mucho más.
Al abrir mi hogar, pude aportar algo, aunque no estaba en mi mejor momento.
Ahora tengo mi propio negocio. Y podría estar hablando días y días sobre ser tu propio jefe y controlar tu propia vida. Una mujer que dirige su propio negocio experimenta una auténtica sensación de poder.
Puede sonar un tanto esotérico, pero hay algo de sagrado en recibir a personas desconocidas. Como anfitriones, servimos de guías a los viajeros cansados. Y cuando estamos dolidos, afligidos y solos, esa interacción y conexión nos proporciona cierto alivio.
Fotos cortesía de Marianne